Loading...
Sumiller en tiempos de crisis
21 Septiembre, 2011

Compartir

Creció entre libros de magia, el deslumbrante destello de los trajes de luces y el sabor delicado de la mejor cocina de aquella época. En parte gracias a que sus juegos infantiles transcurrieron en el patio de un buen restaurante. De esos fogones recibió la mejor herencia que hubiera podido soñar: la cocinera. Si bien nada de todo aquello le atrapó con tanta fuerza como esos aromas que, muchos años más tarde, aprendería a definir como primarios.

El alcohol, a esa edad, le molestaba pero aquellos moscateles en los que comenzó a descubrir el mundo del vino dibujaban en el aire recuerdos que se sentía obligado a perseguir. Era, pensaría mucho más tarde con un libro entre las manos, como un alma gemela de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de El perfume, despojado - por supuesto- de sus instintos asesinos. Tendrían que pasar todavía varias décadas para que el alemán Patrick Süskind viera publicada su primera novela.

Sus pasos le llevaron a muy distintas plazas. En todas ellas continuó, casi de forma inconsciente, con esa búsqueda de sabores y aromas que parecía gobernar su destino. Cualquier ocasión era buena para seguir avanzando. Probó sin cesar vinos de zonas entonces poco apreciadas que hoy figuran entre las preferidas de los gurús. Buscó y encontró en el corazón de la Rioja su eterna verdad. Y siguió de cerca la apuesta de otras zonas por ocupar un lugar entre los grandes. La suma de esas experiencias le ayudó a descubrir la mineralidad; esa expresión inconfundible de los escasos terruños que pueden calificarse de privilegiados. El alma del vino si es que existía, se dijo, estaba allí.

Maderas nobles, caoba, arpillera, camomila, piel de aceituna…las bodegas de Jerez y Montilla le hicieron ampliar su registro de sensaciones. Era consciente de que sentía algo muy especial cada vez que una venencia se asomaba por la boca de una de aquellas ordenadas botas.  

Miró con respeto aquella piedra que sirvió al marqués de Pombal para demarcar, hace dos siglos y medio, la primera denominación de origen del mundo. Y escuchó la musical sonoridad de unos nombres – Baixo Corgo Cima Corgo… – que delimitan un viñedo declarado Patrimonio de la Humanidad. Allí, desde el principio tuvo claro que la primera obligación de un oporto es ser tinto. Y, finalmente, tras pasar una noche en Quinta Vargellas, borró de su mente cualquier duda sobre si era o no un privilegiado.
    
Recorrió con la fe de un converso las vinotecas parisinas y habitó los bares de vinos de esa ciudad. Su pasión, ya irrefrenable, le llevó a peregrinar con insistencia a todas las caras de la montaña de Reims. El siguiente paso, explorar el minimalismo borgoñón. Algo bastante más complicado que transitar por las suaves colinas bordelesas. Allí lo más difícil, contener la emoción que le produjo catar varias añadas del tinto más prestigioso de Pomerol tras dejar atrás la inscripción “pas de visites a Pétrus”.

Ahora, una crisis que parecía no tener final sacudía con especial saña a su país. Creyó con desencanto que ese mundo, al que ya pertenecía para siempre, estaba condenado a desaparecer o al menos a permanecer difuminado durante demasiado tiempo. Cambió de opinión cuando sus noches de insomnio dibujaron una escena que se deslizaba con fluidez entre lo real y lo onírico. Sería un sumiller en tiempos de crisis. Aplicaría todo su saber a elegir con acierto los vinos de mejor relación calidad precio. Y para eso España era un paraíso.

No dudó en invertir lo necesario para conservarlos y servirlos a la temperatura adecuada. Asesoraba con tanta sencillez como simpatía a quienes le pedían consejo. Y de esa forma fue consiguiendo que los vinos por copas anunciados en la pizarra de su establecimiento volaran. A buen ritmo también daba salida a las botellas ofertadas cada semana. Todo ello acompañado de una propuesta gastronómica dos veces renovada. La mejor técnica aplicada a los muchos y maravillosos productos de precio contenido que era posible encontrar en su entorno. Tapas, raciones, medias raciones, montados, tostas, canapés y hasta  platos de cuchara se servían en la barra además de en la mesas.

La crítica encadenaba expresiones altisonantes para referirse a su labor. Unos decían que tenía un gastrobar donde se practicaba la alta cocina pobre; otros, que apostaba por la bistromanía. Y quienes no estaban de acuerdo – que siempre los hay – aseguraban que su local era una taberna ilustrada o una casa de comidas del siglo XXI. A él le daba igual quién tuviera razón. Era completamente feliz.

Te puede interesar...
20 Mayo, 2019
Aprendiendo de vino

Se trata de un término cada vez más en boga en enología, pero ¿sabemos realmente a qué nos referimos cuando utilizamos la...

25 Marzo, 2019
Aprendiendo de vino

En el artículo anterior os contábamos los importantes matices que aporta la crianza en barrica de roble pero, ¿sabes cuáles...

9 Enero, 2019
Aprendiendo de vino

Para nuestra enóloga, Elena Adell, la crianza de un vino no se entiende sin considerar los matices que aportan los distintos...

Array
(
)