Nadie cuestiona el cambio que se ha producido en el sector del vino a nivel mundial, como nadie duda tampoco del cada vez mayor protagonismo de la mujer en la sociedad.
Por lo tanto, parece natural, que vino y mujer sea un binomio “condenado” a entenderse. Un cambio enmarcado dentro de otro de mayor alcance social, político y económico del papel de la mujer durante todo el siglo XX, lo que llevamos del XXI, y del que tanto se ha escrito y hablado.

Antes de que alguien interprete este artículo como “otra mujer reivindicando el papel de la  mujer”, incluso alguna mente, más bien corta, piense en feminismos trasnochados (no sería la primera vez que me pasa), vaya por delante una premisa: no creo en el género en el mundo del vino ni en sus debates que rozan lo absurdo.

La realidad es otra. En los últimos años, y hablo de pocos años en España, las mujeres nos hemos incorporado al mundo del vino con voz y cierta relevancia en el ámbito público y medios de comunicación. Parece que se nos ve y escucha más. Un mundo, este del vino, que hasta hace bien poco, y como decía aquella famosa frase publicitaria de la no menos famosa bebida, era “cosa de hombres”. Hasta este momento, la mujer ha ocupado, como en otros muchos ámbitos, un segundo plano, tercero o cuarto, o ninguno. Pero siempre ha habido mujeres trabajando en pro del vino, algunas relevantes y con mucha fuerza. Otra cosa diferente es el imaginario social e histórico de la relación de la bebida-vino con las mujeres. Y esa es la barrera que se está desmoronando.

Podríamos empezar por la enología. Cada vez son más las mujeres enólogas que ejercen su profesión más allá del laboratorio y de la bata blanca, como viticultora dirigiendo labores de campo. Seguiría por bodegueras que continúa la tradición de sus padres y abuelos, la mujer comercial, directora de marketing y comunicación, etc. O por la mujer asesora en vinos, la sumiller.

Me divierte, más que me enfada, el mal rato que pasan mis amigos cuando en un restaurante de supuesto nivel les entregan a ellos la carta de vinos, y aún más cuando les dan a probar el vino después de haberlo escogido yo. O cuando visito una bodega con ellos y las preguntas del bodeguero van dirigidas al segmento masculino que, con cara incrédula, me rebotan la cuestión. Me divierte menos cuando algún profesional del vino me pregunta que cómo creo que le gusta el vino a las mujeres, y qué cómo elaboraría un vino de mujer. Pienso, “¡ay, tanto trabajo para esto, qué lento va todo!”. Me quedo con una anécdota de hace más de diez años, cuando ejercía como sumiller, en la que un cliente me dijo que el bebía vino antes de que yo naciese y que cómo iba a recomendarle uno. No le faltaba razón, me doblaba la edad.

Algo está cambiando, y no sólo en los gustos del consumidor de vino y del que ahora, por fin, tanto se menciona. Aparecen estudios del comportamiento de la mujer en relación con el mundo del vino, “cómo vender vino a las mujeres”,  “¿y si hacemos un vino para ellas?”, “¿cómo les gustará?” A los marketinianos argumentos no faltan: porque hay 19 mujeres en España de más de 18 años que consumen poco o nada, por su independencia económica, por ser las responsables de comprar el vino, porque educan a sus hijos, porque cocinan, porque no hay un sólo tipo de consumidora femenino, porque
los sumilleres dicen que las mujeres piden más vino ahora que antes, etc. En fin, todo sea por avanzar en el mundo del vino, por preocuparnos por el consumidor (mujeres incluidas), por hacer un hueco en el sector a las profesionales, que las hay y cada vez más preparadas, y por darse cuenta de que la incorporación de la mujer a este sector beneficia a todos.

Lo que antes era anécdota, ahora es una realidad sin retorno.